En un mundo en el que el turismo se ha convertido en una fuerza imparable, sin limitación ya no pasan desapercibidos los excesos causados. Desde hace casi dos décadas, el turismo está marcado por la aparición de un fenómeno alarmante: el sobreturismo Esta situación, amplificada por los denominados «viajeros vengativos» y fomentada por la comercialización excesiva de los lugares, plantea cuestiones cruciales. ¿Se ha convertido el turismo, antaño fuente de enriquecimiento y descubrimiento cultural, en un agente de destrucción que perjudica tanto a los yacimientos como a sus habitantes? Además, ¿ha entrado en guerra consigo mismo y con la naturaleza?
En este artículo examinaremos en primer lugar las virtudes del turismo y, a continuación, la urgente necesidad de regular los flujos turísticos a través del prisma del Rendimiento del Destino. Al explorar estas dimensiones, tratamos de entender cómo pueden conciliarse las aspiraciones turísticas con la preservación de los sitios y el bienestar de las comunidades locales.
El turismo va a la guerra
Si el tema causa revuelo, no es sólo por las experiencias, a veces desastrosas, que han vivido los propios turistas. De hecho, en este asunto son a la vez víctimas y culpables. Tampoco es por los daños colaterales que el turismo excesivo genera por sí mismo: contaminación acústica, incomodidad, contaminación visual. Los daños van mucho más allá y afectan al ecosistema en su conjunto. En primer lugar, a los propios lugares: contaminación, pérdida de biodiversidad, estandarización de ciertas infraestructuras; y en segundo lugar, a los residentes y a su calidad de vida: deterioro de las carreteras, saturación de los espacios públicos, encarecimiento de la vivienda, etc.
El lenguaje utilizado, hasta ahora suave, empieza a endurecerse y a ser más incisivo. El campo léxico se toma ahora prestado del de temas más delicados: salud, religión, guerra. Vemos sitios en estado de emergencia absoluta. Los síntomas son los de la asfixia. Se habla de profanación, de sacrilegio. Denunciamos la gentrificación de lugares, la invasión de sitios. La sociedad opone resistencia.
¿Ha entrado en guerra el turismo, como antes la ecología? ¿O es una nueva religión? Lo sabemos todo sobre la ecología punitiva, con sus pecados y prohibiciones, sus dogmas y su moral, sus profetas y sus mártires. El turismo empieza a entrar en esta categoría. Ya es hora de reflexionar sobre la situación, sin fundamentalismos, y considerando la nobleza del tema en sus dos grandes dimensiones: las personas y su búsqueda de la felicidad; la naturaleza, que es a la vez su hogar y el impulso de anhelo.
Los beneficios del turismo
Volvamos a los orígenes. El turismo, tal como lo conocemos, se remonta a principios del siglo XIX. Se refería a los viajeros que visitaban países extranjeros por puro placer. Inicialmente reservado a una élite, poco a poco se fue democratizando, transmitiendo mensajes positivos que contribuían a la realización humana: enriquecimiento cultural, descubrimiento del otro, contemplación de la naturaleza. Una actividad para recargar las pilas, tanto física como mentalmente. La masificación de este deporte en los años sesenta, poco respetuosa con el medio ambiente (como se suele decir, en retrospectiva siempre tenemos las soluciones), tuvo innegables beneficios económicos y contribuyó a alorizar nuestro patrimonio colectivo y las maravillas ocultas de la naturaleza.
No se trata, pues, de echar las campanas al vuelo ni de dar crédito a pensamientos radicales que, como el filósofo Laurence Devillairs, quieren prohibir de plano el turismo. Las actividades de ocio y la exploración de las bellezas del mundo siguen siendo una auténtica riqueza. ¿Cómo no maravillarse ante parajes naturales de una belleza sin precedentes, como el Circo de Gavarnie en los Altos Pirineos, o ante esplendores construidos por el hombre, como Montserrat en Barcelona? No se trata, pues, de negar al hombre la contemplación de la naturaleza o la meditación sobre las obras de sus predecesores. Se trata de regular los flujos. Se trata de preservar, perpetuar y transmitir.
Las Cinque Terre (Italia): 5 millones de visitantes para 4.000 habitantes, suficiente para asfixiarte. Los habitantes de Belle Île, como los de Bréhat, ya no pueden más. Las Calanques marsellesas se han convertido en fábricas de turistas, como Etretat. Es una cuestión de urgencia.
Regulación de flujos y rendimiento de los destinos
Seamos claros desde el principio: no existe una solución milagrosa. La necesaria regulación de los flujos sólo puede lograrse mediante un plan concertado y plurianual en el que participen todos los eslabones de la cadena turística.
Sin embargo, a corto plazo, se pueden plantear algunas buenas palancas basadas en la noción de capacidad y cuota para iniciar lo que hoy se conoce como planificación turística. En cuanto hablamos de estos conceptos, el Yield Management no anda lejos. Esta práctica, que consiste en gestionar un stock limitado para encontrar el justo equilibrio entre el índice de ocupación y el precio medio, tiene como principal objetivo maximizar las ventas. Muy utilizada en el sector aéreo y hotelero, cada año gana terreno en nuevos sectores. En este caso, se trata de aplicarlo a nivel de destino para regular los flujos, suavizar los picos y controlar la demanda. No se trata de imponer precios, sino de regular los flujos.
Hay dos tipos de sitios:
- La primera es la más fácil: se trata de lugares cerrados o aislados (una isla, un parque de ocio, un zoo, etc.) para los que hay que fijar cuotas. La decisión no lleva más tiempo que el que se tarda en decirla. La aplicación es un poco más complicada porque, para ser eficaz, este tipo de restricción debe controlarse mediante contadores y un sistema de reservas. Además, muchos zoológicos y parques temáticos utilizan entradas «sin fecha». Éstas pueden representar más de la mitad de la demanda. Los clientes compran este tipo de entradas, generalmente válidas durante un año, y los visitantes se presentan en el recinto cuando quieren, sin previo aviso. Cuando un sitio se ve desbordado, es porque no tiene visibilidad sobre este volumen de llegadas, que pueden concentrarse en unas pocas fechas. Y cuando los clientes llegan al sitio después de un viaje de 3 horas en coche o en tren, es una mala idea pedirles que vuelvan por donde han venido. Una solución sencilla es cambiar este sistema y exigirles, como a todos los clientes, que reserven su plaza unos días antes de su visita en una plataforma online, siempre que haya disponibilidad, claro. Eso sí, siempre que no se haya agotado el cupo. Todo lo que se necesita son unas cuantas herramientas digitales y una plataforma de reservas. Unos pocos meses bastan para ponerlo en marcha.
La cuestión es más delicada para los lugares públicos e islas como Porquerolles, Bréhat, Formentera o La Graciosa, que también se plantean este tipo de enfoque. Un entramado de empresas ha acompañado este aumento del turismo. Limitar por decreto el número de travesías y servicios de transbordadores, por ejemplo, puede hacerse rápidamente, pero no hay que resignar a las empresas, sus empleados y sus familias de la noche a la mañana por ir demasiado deprisa y demasiado fuerte. Se necesita apoyo para reducir el número de travesías sin causar daños en negocios.
- El segundo escenario es más complejo. Se trata de ciudades abiertas como Venecia, Honfleur o Barcelona. Las cuotas son más difíciles de imaginar y de gestionar. No vamos a poner aduaneros en las entradas de las ciudades ni a levantar barricadas. La señalización es una primera palanca, ya desplegada en Etretat en rotondas a cada entrada de la ciudad. Carteles que indican que Etretat está «saturada durante dos horas». «Así la gente se va a visitar otro sitio y vuelve un poco más tarde», dice André Baillard, alcalde de Etretat. Es un buen comienzo.
A más largo plazo, se plantea la cuestión de las infraestructuras: queriendo hacer lo correcto, las ciudades han construido aparcamientos y fomentado la instalación de numerosos complejos hoteleros. Al hacerlo, no sólo han absorbido los flujos, sino que los han multiplicado. Y, de paso, han afeado sus ciudades. Como dice Samuel Belaud: « Existe una sorprendente paradoja entre la desmesura de un desarrollo turístico y la huella que deja una vez que se ha vaciado de sus visitantes (…). La artificialización excesiva del territorio puede juzgarse por la fuerza del contraste que provoca su abandono ».
El aumento de la oferta ha provocado un aumento de la demanda, en un proceso inflacionista por todas partes.
Regular el flujo de personas se ha convertido en una necesidad en ciudades como Venecia, donde los residentes están asfixiados. 10.000 de ellos abandonan su ciudad cada año, ya que la oferta de alojamiento a corto plazo ha hecho subir los precios de la propiedad. Un niño que creció allí y podía aspirar legítimamente a seguir viviendo allí ya no puede hacerlo, pues el acceso a la propiedad se ha vuelto prohibitivamente caro. Se necesita una voluntad política firme, que podría implicar un aumento significativo de la fiscalidad para las plataformas de alquiler a corto plazo, unido a un límite drástico del número de días que se pueden alquilar las propiedades, con el fin de desalentar a los inversores oportunistas. Devolver por fin la ciudad a sus residentes.
Venecia lanza su billete de entrada de 5 euros
Un ejemplo contemporáneo de los esfuerzos por contrarrestar el turismo excesivo es la reciente iniciativa de Venecia, que ha introducido un billete de entrada de 5 euros para los turistas diarios que visiten el casco antiguo entre las 8.30 y las 16.00 horas. Esta tasa pretende limitar la afluencia masiva de visitantes y proteger el patrimonio cultural de la ciudad. Los turistas que pernoctan al menos una noche están exentos de este impuesto, fomentando así un turismo más responsable y sostenible.
Fuente: Le Point, « Venise lance son billet d’entrée à 5 euros pour limiter le tourisme de masse », 25 de abril de 2024
Diferenciación de tarifas en Air Corsica
Un ejemplo pertinente de gestión de la demanda es la política de tarifas aplicada por Air Corsica, que incluye una distinción entre las tarifas reservadas a los residentes locales y las destinadas a los turistas. Esta medida pretende atenuar los efectos de la fuerte estacionalidad de la isla y del turismo de masas. Esta política pública permite que los residentes no tengan que soportar el coste de la fuerte estacionalidad y el intenso turismo. Sin embargo, aunque el coste de la tarifa reservada a los residentes es cubierto indirectamente por los turistas como compensación, este mecanismo sigue siendo opaco y suavizado. No se trata de un impuesto adicional ni de un coste suplementario.
El rendimiento del destino, como otros mecanismos, debe desempeñar su papel en la necesaria regulación de los flujos turísticos. El precio forma parte de ello, más para valorizar que para monetizar los sitios, financiar su renovación y conservación y adaptar las infraestructuras del mañana. Pero estos incentivos no deben sustituir a una toma de conciencia colectiva de nuestra relación con el turismo, los territorios y la naturaleza. Por el bien de todos. Por las generaciones futuras.
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